La fe es para el alma lo que el oxigeno es para el cuerpo

 



Pocas veces me escucharán hablando de mi fe, a pesar de ser un teólogo de profesión y vocación, pues considero que al igual que cualquier otro aspecto personal de nuestras vidas, la fe es uno muy íntimo como para divulgarlo con todo el mundo. Sin embargo, no te hablaré de la fe como la idiosincrasia religiosa a la que cada individuo se inclina, por el contrario, me referiré a la fe como esa intimidad, como aquella relación entre el Creador y su creación, como aquello que nos une a pesar de nuestras diferencias.  

Empezaré por decirles lo siguiente: es por la fe que entendemos que el universo fue creado por Dios, y así lo que se ve fue hecho de lo que no se veía. Sin embargo, tal afirmación nos parece tan sencilla que buscamos por medio de muchas teorías la complejidad de ese pasaje, como por citar algunas de estas teorías, tenemos las que más se mencionan: La teoría del universo oscilante, teoría del universo cíclico, teoría del estado eterno del universo y así todo tipo de explicaciones que terminan complicando nuestra sencilla manera de creer en la verdad.

(El siguiente artículo está relacionado)

Independientemente de que creas o no en Dios, aceptar como verdad cualquier teoría sobre el origen de todo, requiere la misma cantidad de fe con la que se cree en Dios. Y es que estas explicaciones no dejan de ser teorías hasta que sean comprobadas, verificadas o falseadas. Igualmente, así como creer en Dios no deja de ser un aspecto de fe, ya que creer es para el alma lo que el oxígeno es para el cuerpo. Y aunque podamos vivir sin el oprobio que puede causar la religión, resulta imposible vivir sin fe. El hombre sin religión puede ser libre, pero sin fe es reo de la incertidumbre, del despropósito y la desesperanza.

Nada tenemos que perder si creemos en Dios, pues si al final de la vida resulta que estábamos equivocados, entonces no habrá pasado nada y no habremos perdido nada. Pero si decidimos no creer en Dios y resulta que al final estábamos equivocados, entonces lo habremos perdido todo.

Y a lo mejor esa apuesta nos parezca algo carente de argumentos convincentes, sin embargo, tiene toda la lógica, sentido común y probabilidades matemáticas. Bien que podríamos ser personas de ciencia o razonables y al mismo tiempo creer en Dios, y nada tenemos que perder con ello. No obstante, también podemos buscar significado a nuestras vidas tratando de evadir nuestra espiritualidad y fe en Dios porque nos parece algo anticuado, y disfrutar de la vida como si no hubiera un mañana porque el fin de la existencia es la muerte, siendo fieles a los principios del hedonismo y epicureísmo, y esto puede ser totalmente razonable y apoyado en la ciencia también.

Ahora, hablando de ciencia y lógica, imagina la siguiente escena:

para el científico que ha vivido por su fe en el poder de la razón, el final del relato es como una pesadilla. Él ha escalado la montaña de la ignorancia; está a punto de vencer el pico más encumbrado; al momento de arrastrarse con esfuerzo sobre la última roca, lo saluda un grupo de teólogos que llevan siglos allí sentados.
 ̶ Robert Jastrow (astrónomo y exdirector del instituto Goddar para la investigación espacial de la NASA)

Podemos suponer que la fe en Dios son puros cuentos de hadas, y decidir poner nuestra fe en la opinión científica y, aunque esto suceda, no significa que hemos dejado de tener fe, pues solo hemos trasladado nuestra fe a aquello que consideramos nos puede dar mejores resultados. Sea que Dios exista o no, eso lo vamos a verificar al final de esta historia que se llama “vida”, y para ir más seguros al final del relato, los más inteligentes decidimos creer en Él, y al hacer eso nada vamos a perder, por el contrario, ganamos esperanzas, algo que se ha perdido en el siglo XXI. 


Por: Eduardo L. Gullozo. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Silencios mortales

Érase una vez en un lugar llamado Arauca

Sobre las profecías y su naturaleza - Parte I