Sobre el destino y esas cosas


 

Hoy quiero hablarles de un tema bastante complejo y a la vez muy cotidiano, y creo que la complejidad de este tema radica en la profundidad con la que lo analizamos y reflexionamos. Hoy les voy hablar sobre el destino, sobre el futuro, algo que nos hace sentir una peculiar necesidad para desentrañar lo que nos depara o tiene para nosotros, y considero que esa necesidad de conocer nuestro futuro depende básicamente de nuestros temores y miedos, específicamente a lo desconocido y a la incertidumbre.

Lo primero que debemos entender sobre el futuro es que éste no está escrito, más bien está condicionado.  Debemos entender el fututo como un sinfín de posibilidades que en su mayoría dependen de nuestras acciones y decisiones. Es decir, que el futuro está condicionado a lo que hacemos ahora, en este preciso momento. Lo que significa que todos nuestros hábitos, decisiones, costumbres y lo que hacemos a diario, repetidamente, condicionará lo que seremos en un futuro y muy probablemente los eventos que acontezcan a nuestro alrededor que estén relacionados con nuestro comportamiento.

Bueno, respecto al destino, la concepción vulgar que tenemos sobre el destino es: un evento que inevitablemente sucederá. Pues percibimos el destino como algo que ya ha sido escrito, algo que no puede cambiarse, aunque hagamos todos los esfuerzos.

Ahora, voy a suponer que el destino es algo que existe, pero no como una fuerza que anula nuestro libre albedrío, sino como algo que puede ser inevitable gracias al desconocimiento que tengamos sobre sus designios en virtud al resultado de nuestras acciones. Por tanto, bajo esa idea, si el destino es inevitable, entonces lo que lo haría inevitable es el hecho de no saber cuáles son sus designios, es decir, no saber con exactitud a donde nos llevarán nuestras acciones o qué consecuencias pueden provocar en nuestro contexto, así como al mejor estilo del “efecto mariposa”.

Supongamos que el destino de Fulanito es morir en un accidente automovilístico en una fecha determinada, Fulanito no lo sabe, entonces inevitablemente se cumplirá ese designio. Sin embargo, si Fulanito descubre cuál es su destino, entonces lo cambiará todo, ya que al saber lo que le espera, obviamente buscará maneras de cambiar su rumbo, es decir, tomar otra ruta en esa fecha o decidir no viajar ese día, o simplemente no hará nada porque estaba condicionado a alguna conducta, podría ser la negligencia, y lo que lo terminó llevando a su destino no fue la ruta que tomó ese día, sino el hecho de haber sido negligente con el mantenimiento de su vehículo. Independientemente de lo que Fulanito haga, su destino sigue siendo relativo al conocimiento de las consecuencias de sus acciones y condicionado a lo que decida hacer al respecto.

Por lo cual, si alguien sabe lo que va a pasar, entonces puede que no pase, pues el hecho de saber lo que ha de acontecer lo cambiaría todo, bueno, puede que no lo cambie todo, pues igual esto estará condicionado a lo que la persona decida hacer al respecto. Por eso es que lo que hace que el destino sea inevitable es hecho de no saber con exactitud cuáles son sus designios, y también pueden influir las decisiones que terminan condicionándonos a nuestro destino.

Ahora, en el caso de las profecías Bíblicas que se relacionan mucho con el destino y esas cosas, mi opinión es la siguiente: podemos saber algunas generalidades sobre ellas, como, por ejemplo: situaciones, eventos, comportamientos, lugares, algunos fenómenos y características de algún personaje trascendental en ese panorama profético. Sin embargo, el hecho de que una profecía Bíblica no aporte detalles, copiosos detalles, como los nombres exactos de algunos personajes influyentes en los tiempos finales que describe la Biblia, y tampoco aporte fechas exactas, es precisamente porque saber esos detalles lo cambiaría todo, y entonces la profecía pierde su connotación de predestinación, y sería una de las tantas posibilidades futuras que fue anunciada en un pasado y que quedó a la merced del conocimiento y administración humana. Y en realidad eso es lo que sucede, pues por alguna razón las profecías se anuncian dentro de las Escrituras para que estén al alcance de nuestro conocimiento, y creo que el propósito de que las profecías lleguen a nuestro conocimiento es precisamente para que elijamos cambiar de actitud si la profecía es un juicio, castigo o catástrofe causada por nuestras acciones y maldades delante de Dios.

Por lo que, si las profecías anuncian lo que nuestras actitudes y decisiones tren como resultado, creo que el propósito con el que se anuncian es para que cambiemos nuestra conducta, y así nuestro futuro o destino también cambiarán, ya que el futuro o destino están condicionado al “Ahora” pues si lo que haces ahora te condiciona, entonces ese será tu ahora en el mañana.  

Pues bien podríamos también suponer que si el destino es como una fuerza que anula nuestro libre albedrío, entonces el futuro sí estaría escrito, y toda la realidad que existe en el mundo como las guerras, los genocidios, las violaciones y toda aquella maldad que nos hace sufrir, no sería culpa de nosotros sino de esa fuerza que nos lleva a actuar de esa manera, y por eso no deberíamos ser juzgados por Dios o la justicia solo por cumplir ese destino con el que la humanidad ha sido marcada, bueno, suponiendo que el destino sea así, lo cual me parece una excusa para justificar nuestras decisiones y culpar a un concepto al cual llamamos “destino” del resultado de nuestras acciones, ¡eso es totalmente absurdo!

Sin embargo, hay tantas cosas que desconozco, que desconocemos sobre estos conceptos del tiempo, el futuro y el destino, que pueden ser muchas las cosas que influyen en una persona para que inevitablemente actúe de determinada manera y eso marque su destino. En fin, nunca sabremos si el aletear de las mariposas en todo el mundo pueden provocar los tornados, y tampoco sabremos si el títere es consciente de los hilos que lo manipulan.

(Si deseas encontrar este articulo en formato podcast, puedes ingresar en el siguiente enlace: Anchor / Spotify)


Por: Eduardo L. Gullozo

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